martes, septiembre 13, 2005

El poder oculto de los placebos

El poder oculto de los placebos, un arma mucho más eficaz de lo que se creía

Una investigación de un equipo de científicos de la Universidad de Michigan demostró que los placebos tienen un poder superior al que se pensaba. En algunos casos, una simple pastilla de azúcar puede lograr que el cerebro detenga los síntomas del dolor.

Por Elena Dusi. conexiones@claringlobal.com.ar

Derechos reservados: Diario Clarin ( Argentina)

El efecto placebo no es una sugestión.
Tomar una pastilla de azúcar creyendo que es un analgésico hace que el cerebro produzca endorfinas, las sustancias naturales que ayudan a nuestro cuerpo a aliviar el sufrimiento físico.
En consecuencia, una sensación psicológica –la ilusión del beneficio del fármaco- puede desencadenar un mecanismo químico que se puede medir perfectamente en el laboratorio, con el consiguiente resultado: el dolor disminuye de verdad.
Jon-Kar Zubieta y sus colegas de la Universidad de Michigan publicaron el experimento en el Journal of Neuroscience.
Catorce voluntarios jóvenes se presentaron en el laboratorio de la universidad y aceptaron someterse a una práctica bastante dolorosa: les inyectaron en los músculos de la mandíbula una solución salina.
En algunos casos, los voluntarios tenían la ilusión de haber recibido un analgésico, lo cual no era verdad. Pero, inmediatamente, en el cerebro de los voluntarios empezaron a desencadenarse reacciones que un aparato registraba paso a paso.
En el momento en que los médicos le comunicaban a los voluntarios que habían suministrado el analgésico, las neuronas empezaban a producir endorfinas.
Estas sustancias tienen la tarea de bloquear los receptores nerviosos del dolor, impidiendo que las sensaciones desagradables se transmitan de una célula a otra. “Nuestro estudio”, comentó Zubieta, “es otro golpe a la idea de que el efecto placebo es un fenómeno sólo psicológico y no físico”.
Que las ilusiones producidas por cambios concretos en el cerebro eran una realidad ya se intuía desde hace tiempo. En la misma Universidad de Michigan, en febrero del año pasado, un equipo de investigadores logró observar las zonas cerebrales que se activaban cuando un voluntario era sometido a un estímulo doloroso. Una telecámara especial guiada por Tor Wager había demostrado que el efecto placebo reducía la actividad cerebral en zonas como el tálamo y la corteza anterior del cíngulo, una prueba de que el mecanismo de bloqueo del sufrimiento estaba en acción, activado por la ilusión de haber recibido un calmante.
Pero ésta es la primera vez que se observaron los circuitos involucrados y que se individualizó el mediador químico. En una palabra, que se generó un puente entre el aspecto psicológico y el aspecto orgánico del fenómeno. “La conexión cuerpo-mente es evidente”, se entusiasma Zubieta.
A todo esto se suma una nueva tesis. No es casual que los protagonistas que entran inmediatamente en acción sean las endorfinas, sustancias que actúan sobre los receptores del dolor al igual que la heroína, la morfina y los anestésicos en general. La publicación de los investigadores de Michigan llega exactamente 50 años después del descubrimiento del efecto placebo.
En 1995, de hecho, en el diario de la Asociación Médica de Estados Unidos, se publicaba un artículo titulado “El placebo potente”. Lo firmaba Henry Beecher, un médico anestesista de Boston sorprendido por el hecho de que píldoras inútiles de azúcar o vasos de agua fresca lograban hacer efecto en el 35 por ciento de los pacientes a los que se les suministraban en lugar de los fármacos verdaderos.
Las respuestas de los individuos al suministro de un placebo no son siempre iguales. Lo observaron también los investigadores de la Universidad de Michigan que, después de haber observado las reacciones, dividieron a sus pacientes en “poco reactivos” y “muy reactivos” (aquellos con una reducción del dolor superior al 20 por ciento).
De qué depende esta disparidad todavía no es claro y será objeto de futuros estudios. Mientras tanto, continúa el debate entre aquellos médicos que no encuentran ético engañar a un paciente suministrándole un remedio falso y aquellos que se aferran al fragmento de “La república” de Platón según el cual “la mentira es inútil con los dioses, pero útil con los hombres como fármaco”.
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